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Bases biológicas de la violencia. Revista Esfinge (página 2)



Partes: 1, 2

 

En el crimen, culmen de las conductas violentas, hay
factores determinantes, condicionantes, endógenos y
exógenos, hereditarios, congénitos y
adquiridos.

Basset emitió la teoría
de la diencefalosis criminógena, en sintonía con
los resultados de las experiencias que imputan a la región
basal hipotalámica, en conexión con áreas
prefrontales, las acciones
amorales o criminales.

Pero los resultados más concluyentes, hasta
mediados los años setenta, proceden de las experiencias de
los neurofisiólogos. Bard estudia en gatos descerebrados
pero con los núcleos hipotalámicos llamados
núcleos rojos intactos un singular aspecto emotivo que
llamó Shamrage; consistía en un estado de
cólera
difusa, ciega, implacable. Sugería que al faltar el
control, la
modulación cortical, el estallido de la
emoción se hacía evidente.

El español
Rodríguez Delgado, primero en Zürich y luego en Yale,
es un pionero de estas investigaciones,
coetáneo de un ilustre fisiólogo en la Facultad de
Medicina de
Madrid, el
doctor Gallego, profesor que
fue nuestro en los años setenta.

NEUROTRANSMISORES

Se denominan así a las sustancias que ejercen
alguna acción
en áreas circunscritas o no del sistema nervioso,
actuando sobre espacios químicos singulares que se llaman
receptores. Es precisamente en el campo de los receptores donde
más intensamente se viene trabajando en la última
década, además de la investigación con técnicas
no invasivas, como son las derivadas de la
topografía axial computerizada (TAC), con
emisión de positrones (PET) o con emisión de
fotones (TCEF).

Actúan como neurotransmisores sustancias
endógenas y también de síntesis,
como son la mayoría de los psicofármacos. La
experiencia común conoce de los efectos singulares de
la
administración de sustancias ajenas al organismo o de
la potenciación de efectos sobre los estados de
ánimo, como lo hacen el alcohol o la
mescalina (el hígado de algunos mamíferos puede sintetizar esta
sustancia).

Algunas sustancias neurotransmisores, más
conocidas como mediadores de la conducta, son las
llamadas catecolaminas, descritas por Cannon en 1915 como las
hormonas
intervinientes en el Síndrome General de
Adaptación.

Hoy se conocen muchas sustancias de carácter hormonal y se acepta su
intervención en numerosos procesos de
conducta.

Un muy alto porcentaje de trastornos
psiquiátricos están relacionados con aspectos
genéticos. En estos días sabemos de la descripción del código
genético humano realizada por una empresa
americana. A partir de ahí, en pocas decenas de
años podremos controlar las alteraciones psíquicas
con más precisión que ahora.

Fracciones de hormonas o precursores de ellas han sido
aisladas y hoy se conocen muy bien sus acciones, un amplio
abanico de funciones
cerebrales implicadas en conductas claramente
emocionales.

Estos precursores son llamados neuropéptidos;
están relacionados, entre otras, con funciones como la
nutritiva, los estados de ánimo y algunos trastornos
mentales. Tal es el caso de la colecistocinina, que, descubierta
en 1975, estimuló el estudio de sus acciones en el
cerebro en
varios niveles, interesándonos aquí su función
como antagonista de las llamadas opiopeptinas, más
conocidas como endorfinas, y su intervención en los
mecanismos desencadenantes de la ansiedad y modulador de la memoria.
Está bien demostrado que el bloqueo o la
facilitación de la presencia de colecistoquinina produce
respuestas ansiolíticas (tranquilizadores) o
ansiógenas respectivamente.

Las endorfinas participan en las conductas autolesivas y
son antagonizadas por sustancias como la naltrexona, coadyuvantes
en los tratamientos de desintoxicación alcohólica u
otras drogas.

Una endorfina singular, la dinorfina, induce
desincronización electroencefalográfica, descargas
bioeléctricas y conductas
convulsivógenas.

El neuropéptido NPY fue descubierto en 1982, muy
similar al pancreático. Se halla en altas concentraciones
en el hipotálamo y sistema
límbico y parece regular respuestas de estrés,
conducta sexual y actividad psicomotriz entre otras.

La acetilcolina y sus agentes estimuladores,
fisostigmina y arecolina, reducen los estados de manía y
aumentan la letargia, mientras que los antagonistas de la
acetilcolina producen euforia, agitación psicomotora,
alucinaciones e ideación paranoide, con delirio en algunos
casos.

El tabaco, no siendo
reconocido como neurotransmisor propiamente dicho, reduce algunos
síntomas depresivos porque actúa sobre los llamados
circuitos de
recompensa en el sistema límbico e
hipotálamo.

ALTERACIONES FUNCIONALES
CEREBRALES

La mayoría de los autores parecen estar de
acuerdo en que el lóbulo frontal tiene que ver con la
toma de
decisiones.

El cuerpo calloso, gran puente de unión
interhemisférica, debe estar intacto o de lo contrario hay
lo que se llama predominancia hemisférica, que consiste en
una respuesta por lo general exagerada, falta de
modulación. Los resultados de muchas experiencias avalan
esta afirmación. Una actividad reducida en las fibras del
cuerpo calloso permite que el hemisferio derecho, implicado en la
génesis de las emociones
negativas, actúe sin el control del hemisferio izquierdo,
que tiende a inhibir el exceso de negatividad.

En los años 90 los estudios de neuroimagen
habían puesto de manifiesto que los comportamientos
violentos estaban relacionados con el mal funcionamiento de
porciones de los lóbulos frontal y temporal (Damasio 1994
y Grisolía 1997). En las zonas subcorticales se
había de-mostrado que la amígdala y el hipocampo y
zonas hipotalámicas podrían estar implicadas en los
mecanismos neurobiológicos de la
agresión.

Parece que los agresores sexuales presentan más
alteraciones en los lóbulos temporales, mientras que las
deficiencias metabólicas de glucosa en el
lóbulo central parecen estar relacionadas con actos
impulsivos de corte agresivo.

El flujo frontal se ve reducido en alcohólicos
con trastornos de personalidad
de carácter agresivo.

Parece suficientemente demostrado que el funcionamiento
de áreas cerebrales identificadas está relacionado
con las conductas violentas en exceso; sin embargo no queda
definitivamente aclarado el por qué de las diferencias
entre el criminal frío y el pasional.

Los estudios realizados hasta el momento indican un bajo
nivel de actividad prefrontal en los asesinos afectivos, mientras
que los planificadores presentan nula o poca variación de
actividad con las personas no asesinas. Sin embargo, ambos
grupos de
asesinos, depredadores y afectivos, presentan muy altas tasas de
actividad en las zonas subcorticales, de la amígdala, el
hipocampo y el subtálamo, que, en definitiva, son estructuras
más primitivas que la corteza, productoras de impulsos
libres de modulación, e implicadas en el aprendizaje,
la memoria y la
atención.

Se ha visto que las lesiones en áreas
prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados,
irresponsables, transgresores de las normas, con
predisposición clara a los actos violentos.

La personalidad de los afectados en el frontal se ve
afectada en el plano de la madurez, hay falta de tacto en la
evaluación de las conveniencias sociales y
predisposición a la respuesta desproporcionada. Hay una
pérdida de la flexibilidad intelectual y de la capacidad
de razonar a partir de la elaboración de la información verbal.

Hay una especie singular de individuos violentos, el
psicópata, que ejerce de manera instrumental, depredadora
y a sangre
fría.

Estos sujetos parecen no codificar adecuadamente los
mensajes emocionales emitidos a través de lenguaje.

El enfado, la rabia, la ira, son estados del
ánimo desencadenados por la percepción
sensoperceptiva. Algo que nos viene de fuera es analizado como
potencialmente lesivo y tendemos a neutralizarlo, rechazarlo o
destruirlo.

El psicópata no se para a elaborar los contenidos
neutros o significativamente emocionales del lenguaje; responde
disparando siempre.

El terrorismo
juvenil es mucho más producto del
aprendizaje
social, mientras que la violencia
cargada de odio del racista, forofo deportivo, fundamentalista,
en suma, se configura como un híbrido de:

a) Sobrecompensaciones de conflictos
íntimos reconocidos o no que ponen en marcha mecanismos de
defensa aberrantes.

b) Aprendizaje motivado por la necesidad de destruir
aquello.

c) Circunstancias buscadas y encontradas en un
círculo de pulsión-compulsión.

CONSIDERACIONES FINALES

El Profesor Grisolía explicaba en Valencia hace
apenas unos meses que una persona es
más peligrosa con una pistola en la mano. Asimismo, un
niño criado en Palestina tiene más probabilidades
de incorporarse a un grupo
terrorista que otro criado en cualquier otra parte del mundo,
pero si éste ha sufrido maltrato o la acción de
factores nocivos durante el embarazo o en
el ambiente
perinatal que hayan desarrollado trastornos neurológicos,
puede llegar a ser más violento que el palestino, pero
aún así lo será de forma
distinta.

Asistimos asombrados a la aventura de los gemelos Htoo,
tailandeses de 12 años de edad, que comandan una guerrilla
con una capacidad mortífera poco explicable en nuestro
entorno.

Nosotros mismos hemos vivido la impúdica
violencia de los adolescentes
salvadoreños en la guerrilla, carne arrasada por el odio,
patrimonio
inoculado por el adulto.

Cada vez nos asombra menos la noticia del homicidio de
niños a
manos de otros niños y echamos la culpa a la
posesión de armas por parte
de los padres. Cada vez nos acostumbramos más a encontrar
como normal por ser estadísticamente abundante, el
comportamiento
violento de baja intensidad que invade los espacios de tolerancia
social.

Los jueces exigen de los médicos definiciones
precisas de los límites de
la enfermedad-normalidad, pero reclaman para sí la
exclusividad de la interpretación de la realidad social y su
sanción.

¿Estamos ante un conflicto de
competencias?


Ángel Ponce de
León



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